lunes, 30 de diciembre de 2013

Amor sin hipérboles

Puedo vivir sin ti, pero me gusta menos.

No te necesito, pero te prefiero.

No te pertenezco, pero estoy de tu parte.

No dependo de ti, pero me afectas.

No me completas, pero me mejoras.

No estoy perdido sin ti, pero el camino es más fácil contigo.

No eres todo lo que me importa, pero hoy eres lo que más.

No eres mi única razón, pero sí la más hermosa.

No eres perfecta (ni yo), pero no cambiaría nada de ti.

Esto no es eterno; pero ni veo, ni quiero finales.

Puedo vivir sin ti, pero espero no tener que demostrarlo.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Si tú supieras...

Muchas veces me interrumpo bruscamente mientras pienso que si tú supieras lo que yo pienso, lo que yo siento, todo sería distinto. Me interrumpo bruscamente para decirme que ya lo sabes. Que lo sabes de sobra. “Idiota”, suelo añadir.
 
Pero eso ya no me entristece como antes. En cierta forma, me alivia saber que, probablemente, no había forma humana de hacer que las cosas fueran distintas. Que todos los errores que he cometido no impiden que sepas, por lo que no cometerlos no habría cambiado nada.
 
Otras veces me descubro alzando un puño metafórico al cielo y sollozando por el pérfido destino que me aleja de ti. En seguida abro los ojos y sacudo la cabeza, admitiendo que no soy una marioneta inocente con la que los dioses experimentan, evaluando su resistencia al dolor.
 
Entonces dudo y me pregunto, si no soy esclavo de un guión que han escrito otros, pero tampoco había forma humana de hacer que las cosas fueran distintas entre tú y yo, ¿qué opciones tengo?
 
No tardo en darme cuenta de que hay axiomas incorrectos en mi forma de razonar. Es seguro que sabes lo que siento, pero, ¿por qué iba a ser suficiente que lo sepas? Entonces me sumerjo en una extraña melancolía que no logro etiquetar. Me entristece pensar que no he logrado atraerte a mi lado y me vuelve a aliviar (con un cierto matiz gris y en un sentido opuesto al anterior) el pensar que quizás siga existiendo algo que pueda hacer.
 
Mientras tanto, tú sigues en tu planeta, ajena a los procesos mentales en los que me retuerzo y paso las horas. Y este factor en sí se suma al vendaval de ideas enfrentadas en mi cabeza, como una asimetría más a considerar, un punto nuevo de desequilibrio. Porque mientras yo me pierdo en ti, tú te pierdes en lo desconocido. Mientras tú podrías dilucidar al detalle los extraños esquemas que conformo en mi cabeza, si acaso te interesaran; para mí, tus laberintos son imposibles. Formas paredes inexpugnables cuyos contornos me describiste y yo me comprometí a respetar sin haberlos visto de cerca.
 
Y todas estas ideas, que evocan más distancia que convergencia, no hacen más que convencerme, de un modo completamente irracional, de que debo seguir bajo tu estela, desentrañando tus secretos al ritmo que me quieras permitir. Acunándome en la sombra de tu intermitente presencia hasta convertirme en los mismos sueños que persigo. Hasta que encuentre la forma de romper tu involuntario hechizo, que me bloquea y apasiona por igual, para empezar a demostrarte que si me dejas un espacio en tu vida, me encargaré de decorarlo, de mantenerlo ordenado y de que siempre haya algo nuevo que hacer allí.
 
Porque seguramente, si supieras esto, si lo creyeras como lo creo yo, sí podríamos caminar mucho más cerca.