Cadencia Suspensiva
jueves, 18 de septiembre de 2014
Breves Comienzos I - El bonito
lunes, 27 de enero de 2014
Cartas
En otra época, habría faltado tinta para pintar sus emociones, para describir las reacciones de su piel ante la risa transparente y danzarina de ella. Habría necesitado horas frente a un papel en blanco sólo para elegir las palabras exactas con las que referirse a ella.
En otra época, habría tirado miles de folios con intentos inconclusos de cartas fallidas, incapaces de reflejar ni fragmentos de su propio corazón, ni la esencia de ella. Quizás no sea verdad que le hubiera escrito cartas eternas, quizás, tras todos esos intentos, sólo habría sido capaz de escribir una. Tan perfecta, tan inmensa, tan íntima, tan viva, tan llena de los dos, tan intensa, tan circular, tan creciente, tan veraz, tan detallada, tan elocuente, tan afilada, tan drástica, tan emocional, tan sesgada, tan suya, tan desesperada, tan colorida, tan tierna, tan dura, tan retorcida, tan clara, tan hermosa, tan orgánica, tan imposible que jamás la habría sabido terminar.
En otra época, igual que en ésta, les habría separado el silencio, sustituto radiante de su incapacidad de verbalizar con precisión quirúrgica los procesos que ella desencadena en su interior.
La diferencia principal es que, en esa otra época, habría podido volcarse en su carta. Verse en ella, verla en ella, amarla a través de ella. Ser las palabras de la carta, inconclusas, titubeantes, repartidas en folios con tachones, arrugados o perfectos. Ser tan grande en la soledad de su imaginación como habrían podido serlo los dos juntos.
En esa otra época, habría acabado viviendo en la carta y para la carta. Completamente abstraído, ajeno a lo que pretendía con ella cuando la empezó a escribir.
lunes, 30 de diciembre de 2013
Amor sin hipérboles
No te necesito, pero te prefiero.
No te pertenezco, pero estoy de tu parte.
No me completas, pero me mejoras.
No estoy perdido sin ti, pero el camino es más fácil contigo.
No eres todo lo que me importa, pero hoy eres lo que más.
No eres mi única razón, pero sí la más hermosa.
No eres perfecta (ni yo), pero no cambiaría nada de ti.
Esto no es eterno; pero ni veo, ni quiero finales.
Puedo vivir sin ti, pero espero no tener que demostrarlo.
jueves, 26 de diciembre de 2013
Si tú supieras...
Muchas veces me interrumpo bruscamente mientras pienso que si tú supieras lo que yo pienso, lo que yo siento, todo sería distinto. Me interrumpo bruscamente para decirme que ya lo sabes. Que lo sabes de sobra. “Idiota”, suelo añadir.
Pero eso ya no me entristece como antes. En cierta forma, me alivia saber que, probablemente, no había forma humana de hacer que las cosas fueran distintas. Que todos los errores que he cometido no impiden que sepas, por lo que no cometerlos no habría cambiado nada.
Otras veces me descubro alzando un puño metafórico al cielo y sollozando por el pérfido destino que me aleja de ti. En seguida abro los ojos y sacudo la cabeza, admitiendo que no soy una marioneta inocente con la que los dioses experimentan, evaluando su resistencia al dolor.
Entonces dudo y me pregunto, si no soy esclavo de un guión que han escrito otros, pero tampoco había forma humana de hacer que las cosas fueran distintas entre tú y yo, ¿qué opciones tengo?
No tardo en darme cuenta de que hay axiomas incorrectos en mi forma de razonar. Es seguro que sabes lo que siento, pero, ¿por qué iba a ser suficiente que lo sepas? Entonces me sumerjo en una extraña melancolía que no logro etiquetar. Me entristece pensar que no he logrado atraerte a mi lado y me vuelve a aliviar (con un cierto matiz gris y en un sentido opuesto al anterior) el pensar que quizás siga existiendo algo que pueda hacer.
Mientras tanto, tú sigues en tu planeta, ajena a los procesos mentales en los que me retuerzo y paso las horas. Y este factor en sí se suma al vendaval de ideas enfrentadas en mi cabeza, como una asimetría más a considerar, un punto nuevo de desequilibrio. Porque mientras yo me pierdo en ti, tú te pierdes en lo desconocido. Mientras tú podrías dilucidar al detalle los extraños esquemas que conformo en mi cabeza, si acaso te interesaran; para mí, tus laberintos son imposibles. Formas paredes inexpugnables cuyos contornos me describiste y yo me comprometí a respetar sin haberlos visto de cerca.
Y todas estas ideas, que evocan más distancia que convergencia, no hacen más que convencerme, de un modo completamente irracional, de que debo seguir bajo tu estela, desentrañando tus secretos al ritmo que me quieras permitir. Acunándome en la sombra de tu intermitente presencia hasta convertirme en los mismos sueños que persigo. Hasta que encuentre la forma de romper tu involuntario hechizo, que me bloquea y apasiona por igual, para empezar a demostrarte que si me dejas un espacio en tu vida, me encargaré de decorarlo, de mantenerlo ordenado y de que siempre haya algo nuevo que hacer allí.
Porque seguramente, si supieras esto, si lo creyeras como lo creo yo, sí podríamos caminar mucho más cerca.
viernes, 9 de agosto de 2013
Su plan
Sonreía impasible ante la tormenta, porque sabía lo que haría después. Lo había meditado largamente y no había lugar a dudas, ni tampoco alternativas razonables. Su plan era todo lo que le quedaba, era lo único que había sobrevivido a los días de lluvia, lo único que no había huido ante el ruido de los truenos… No tenía donde pasar la noche, no tenía a quién abrazarse, no tenía muchas más fuerzas…
Pero tenía un plan.
No era de esas personas que calculan minuciosamente cada paso y eso era algo que pesaba en su alma. Había pensado muchas veces que, de haber sido más cuidadoso con cada pequeña decisión, ahora todo sería diferente. Había querido muchas veces creerse que podría haber tenido el control, y en el fondo sabía que no tenía por qué ser cierto, que algunas cosas sencillamente pasaban. En cualquier caso, no era capaz de hacer cálculos minuciosos, no era capaz de anticiparse a los estímulos.
Y, aún así, tenía un plan.
Sentía el vértigo de quien observa el fin del mundo desde el borde del precipicio. Sentía que el suelo a sus pies era frágil y el aire a su alrededor, violento. Sentía que la vida eran instantes desordenados que ya no podía siquiera atrapar. Y seguía sonriendo, porque esta vez sabía lo que haría después. Esta vez no dudaría, no sería preso del miedo. Esta vez podrían flaquear todas sus fuerzas, pero no flaquearía su voluntad…
Esta vez, tenía un plan.
No era un plan complejo, no podía hacerlos. No era un plan ambicioso, estrictamente hablando, pues él no era de naturaleza avara. No era un plan inteligente, dado que era el primero que hacía jamás. Pero era perfecto, era exactamente lo que necesitaba hacer. Era exactamente lo único que podía hacer.
De modo que se sentó y, sin dejar de sonreír, esperó a que amainara la lluvia y a que dejara de rugir el cielo.
Después, siguiendo cuidadosamente su plan, se dejó llevar.